Imposed Cities
Yenisel Rodriguez
La Bajada, a rural community in Pinar del Rio province, is a ghost town. It’s a series of vacant deteriorating buildings.
In the 1970s the Cuban government moved large numbers of rural residents from their small farms to set up large cooperatives. These collective agricultural systems imitated the logic of industrial cities. In this case, each was a type of cooperativized agrarian city.
It was a total disaster.
The campesinos lost the identifying features of any local: their land and ranches, the farm animals in their surroundings, the view of their own fields as well as the trees sowed by their grandparents.
With coopertivization each family now had to live in a cement box. They were surrounded by other families and unable to smell the flowering fields or hear the singing of birds. They were supplied with tiled bathrooms that they were never able to keep clean.
The image of the La Bajada community reminds me of the movie Alien: a dark uninhabited mega-structure with resonating sounds that make one’s hair stand on end, but in this instance there is no infrastructure for supplying the most basic services.
However this situation was not the result of abandonment by its involuntary residents. From the very beginning these fictitious communities suffered the horrors of overly-centralized technical planning.
In the end, the campesinos returned to their original lands. As for their children — now distanced from the ideal of wearing straw hats or collecting potatoes — they headed for the nearest cities.
What remained was the concrete infrastructure, like a monument to the Cuban government’s inability and its genocide against the daily life of rural people.
Examples like those of La Bajada exist all across the country. In Baracoa, a semi-urban city on the country’s eastern extreme, concrete buildings were built in front of the Malecon seawall with low-quality materials. The deterioration — resulting from the corrosive effect of the salt air and the impact of sea swells during hurricanes — has put the lives of their residents in danger on more than one occasion.
I remember one morning in August 2008 I was visiting a resident of one of those buildings. It was a big surprise to me when I discovered that this building didn’t have masonry stairways; instead, in their place were some rickety jerry-rigged wooden steps. These were built with irregularly sized boards, some wider than others and with different lengths. I never thought I’d expose myself to such danger by simply visiting a friend.
“Havanan! Stop looking down. Those boards are made of Cuban mahogany, the strongest wood on the island,” yelled a Baracoan as I crept down the hybrid steps taking ant steps.
A few weeks later all the apartments on the fifth floor lost their balconies when a hurricane passed very close to the city.
Cuba is full of monuments to the deterioration of popular culture. Perhaps, when all is said and done, the ghost town of La Bajada and the stairways in the Baracoa buildings will be designated as national patrimony. These would be reminders of the days when we were so close to losing everything…so close to losing all our freedom.
Las ciudades impuestas
Yenisel Rodríguez
En la Bajada, una comunidad rural de la provincia Pinar del Río, existe una ciudad fantasma. Un bloque de edificios desabitados y en pleno deterioro.
En la década del setenta el Estado cubano extrajo grandes cantidades de población rural de sus tierras para cooperativizarlos. Estas cooperativas imitaban la lógica de las ciudades industriales urbanas. En este caso eran una especie de ciudades agrarias cooperativizadas. Fue un total desastre.
Los campesinos perdieron los referentes identitarios de todo lugareño: sus tierras, el rancho, el corral de animales con sus alrededores, los sembrados a la vista y el árbol sembrado por sus abuelos.
Ahora tenía que vivir en una caja de mampostería, rodeado de otros padres de familia, sin sentir el olor de los campos florecidos ni el canto de los pájaros. Los apartamentos tuvieron La baños azulujeados que nunca lograban mantener limpio.
La imagen de la comunidad de La Bajada me recordó a la película Alien. Una megaestructura deshabitada, ensombrecida y con sonidos estentóreos que nos pone los pelos de punta, y sin infraestructura de abasto para los servicios básicos.
Pero bueno, ésta situación no es resultado del abandono de sus obligados residentes. Desde el comienzo, estas comunidades ficticias sufrieron de los horrores de la planificación técnica centralizada.
En resumen, los campesinos volvieron a sus tierras de origen y sus hijos, ya distanciados del ideal del sombrero de guano y de las cosechas, emigraron hacia las ciudades más cercanas.
Allá quedó la infraestructura de mampostería como monumento a la incapacidad gubernamental y al genocidio contra la vida cotidiana del pueblo rural.
Ejemplos como los de la Bajada existe por todo el país. En Baracoa, una ciudad semiurbana del extremo oriental del país, se construyeron edificios de mampostería frente al malecón con materiales de baja calidad. El deterioro, debido al efecto corrosivo del salitre y a los impactos de las marejadas en tiempos de huracanes, ha puesto en peligro más de una vez la vida de sus residentes.
Recuerdo que una mañana de agosto del 2008 visitaba a uno de sus residentes. Mi sorpresa fue grande cuando descubrí que este edificio no contaba con sus escaleras de mampostería, sino que en su lugar se encontraban improvisados e inseguros peldaños de madera. Tablones irregulares, unos más anchos que otros y a diferente altura. Nunca pensé pasar por tanto peligro para conseguir visitar a un conocido.
“Habanerito, deja de mirar para abajo que eso tablones son de caoba cubana, la madera más fuerte que existe en Cuba”, me gritaba un baracoeso mientras bajaba a pasos de hormiga por los híbridos escalones.
Pocas semanas después todos los apartamentos del quinto perdieron sus balcones. Pasaba muy de cerca un huracán.
Cuba se llena de monumentos al deterioro de la cultura popular. Quizás cuando todo pase, la ciudad fantasma de la Bajada y las escaleras de los edificios de Baracoa sean elegidas como patrimonio nacional, en recordatorio de esos días en que estuvimos muy cerca de perderlo todo, de perder toda la libertad.